Comentario
La riqueza de nuestro arte medieval es tal que, a pesar de los esfuerzos realizados por estudiosos, eruditos e historiadores desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad para desbrozar sus etapas, sus constantes y particularidades, para fijar su cronología y para estudiar obras y artistas, aún quedan manifestaciones de épocas inciertas que esperan recibir su definitivo asentamiento.
Si esto ocurre en el campo de la arquitectura, en el de la escultura y en el de las artes suntuarias, la cuestión aún se hace más patente en el de la pintura y, de manera especial, en el de la pintura mural. Durante siglos, salvo casos excepcionales, como el del Panteón Real de San Isidoro de León, los frescos románicos y protogóticos han estado encalados, cubiertos por pinturas barrocas o arrinconados tras retablos o construcciones posteriores. Y la salida a la luz de los mismos, como es lógico, no se ha dado al mismo tiempo a lo largo de la geografía de los distintos reinos cristianos medievales.
Al respecto, quizá Cataluña ha tenido mejor fortuna y su pintura medieval, por razones de necesaria salvación de un patrimonio que empezaba a ser expoliado por anticuarios e instituciones foráneas, se empezó a conocer, a recuperar y a estudiar a principios de nuestro siglo. A las campañas catalanas de arranque de los murales, así como de recuperación de la pintura sobre tabla, cambio de soporte y presentación en museos, siguieron las realizadas en tierras castellanas y ya más recientemente en Navarra y en Aragón.
Pero con todo, esta recuperación y, sobre todo, valoración ha ido encaminada fundamentalmente a lo románico. Lo protogótico no ha salido a la luz histórica hasta hace apenas cincuenta años. El cambio en los conceptos de conservación y restauración de obras de arte ha hecho que en estos últimos años los arrancamientos sean escasos y que los murales descubiertos, siempre más abundantes que los frontales o retablos, permaneciesen, en su mayoría, traspasados o no, in situ y que los fondos de pintura medieval de los museos que la poseen pasen generalmente del mundo románico al italianizante sin apenas mostrar obras protogóticas.